Héctor Santos es el dueño de Punto Musical, la mayor distribuidora de discos en el país y que surte de productos a casi 250 tiendas. En su mayoría, les vende vinilos, aprovechando el explosivo renacer del formato en Chile, sobre todo a partir de la pandemia. Su mercadería -miles y miles de títulos- la guarda en impresionantes bodegas subterráneas que se despliegan por el centro de Santiago, en una suerte de imperio del formato físico que pocos saben que está bajo nuestros pies.
El vinilo es circular. Igual que la vida. O al menos la de Héctor Santos (76). En 1965, el hoy empresario se paseaba con un maletín con 50 discos ofertándolos a oficinas, bancos y ferrocarriles. Casi seis décadas más tarde, nuevamente camina con un vinilo entre sus manos, pero ya no hay maletines ni clientes puerta a puerta: a su alrededor hay al menos 50 mil álbumes repartidos en tres bodegas. “Empecé en el vinilo y mucho tiempo después he vuelto a lo mismo”, advierte.
Santos es el dueño de la distribuidora mayorista Punto Musical, firma que domina el mercado a la hora de surtir a la mayoría de las disquerías del país y cuyos productos se acumulan en impresionantes espacios subterráneos desplegados bajo calle San Antonio, en pleno centro capitalino. Una zona de dos mil metros cuadrados, de trazado laberíntico y embriagador, a casi cinco pisos bajo tierra, y donde entre pasillos que parecen interminables asoman estantes y cajas atiborradas no sólo de vinilos, sino que también de cedés, casetes y devedés, también parte de su negocio.
Desde la ajetreada superficie, nadie imaginaría que más abajo se preserva uno de los patrimonios musicales más importantes del país y uno de los depósitos del rubro más grandes de Latinoamérica. Todo está dividido por sello discográfico y por nombres de los artistas, con empleados que limpian y ordenan lo que luego se despacha a los clientes. Llegar hasta ahí, entre corredores estrechos, escaleras empinadas, olor a polvo y rincones en penumbra, simula la aventura arqueológica de un Indiana Jones en busca del acetato perdido.
O más bien ganado: su pequeño imperio bajo nuestros pies ha vivido una reactivación en los últimos años debido precisamente a la segunda vida que los vinilos empezaron a gozar en todo el planeta. Santos, ya en su oficina, a escasos metros de las bóvedas que se presentan como paraíso terrenal para cualquier melómano, exhibe cifras sobre la mesa. Debido a los volúmenes que maneja y al contacto que posee con tiendas de todo tipo, afirma que la venta de vinilos subió un 80% en el país durante 2021.
En su caso, de 88 mil unidades que él vendió a distintos comercios en 2020, los montos se dispararon a 158 mil en la última temporada. “Llevo 55 años más menos en esto y nunca había visto algo de esta magnitud. No damos abasto con todas las peticiones que nos llegan”, reconoce.
A nivel local, el gran motivo del renovado boom de los elepés es inequívoco: la pandemia del Covid-19. El encierro y por consecuencia el menor gasto en ítems como vacaciones o conciertos, hizo que muchos se volcaran o acentuaran su gusto por los vinilos como un hobby para tolerar el tedio. El mismo cierre prolongado del comercio precipitó la proliferación de tiendas online que mostraban su catálogo en redes sociales y ofrecían ir a dejarte el álbum hasta la puerta de tu casa: se extinguía la experiencia Alta Fidelidad de encontrarte cara a cara con un vendedor y sumergirte en bateas donde se podía encontrar desde joyas hasta desechos discográficos, pero nacía una vía de compra mucho más concreta y fluida para un circuito en pleno crecimiento.
No todo fue tan malo para los vendedores de discos y para Santos en los agobiantes días de confinamiento. A veces la vida no sólo es circular. También es laberíntica e impredecible, como sus catacumbas santiaguinas.
Cuando en 1965 partió vendiendo elepés de forma ambulante, Héctor Santos privilegiaba las grandes orquestas y los músicos vinculados al jazz, como Bert Kaempfert y Fausto Papetti. También tenía en su maleta a chilenos estelares de esa época, como Pedro Messone o más tarde el conjunto Los Bric-a-Brac. El hecho de ofrecer los discos de forma directa y sin que el interesado se moviera de su casa fue un acierto.
Las ganancias le permitieron en 1967 instalar su primera disquería, bautizada precisamente como Punto Musical y situada en Alameda con Estado. Por lo demás, se la compró a Carlos “Pluto” Contreras, histórico defensa de la Universidad de Chile y parte del seleccionado nacional que consiguió el tercer puesto en el Mundial de 1962. A partir de ahí llegó a tener diez locales, incluyendo dos en el aeropuerto de Pudahuel.
El desplome en la venta de formato físico de los últimos años hizo que su cantidad de tiendas se redujera a la mitad, gran parte de ellas hoy sobreviviendo en el circuito de Estado, Huérfanos y San Antonio, entre galerías que por minutos parecen arrancadas de otra era. Ahí no sólo vende vinilos, sino que también están aquellos almacenes bajo tierra donde guarda su copiosa mercadería.
Una actividad en la que partió hace una década, cuando precisamente vio que el vinilo podía ser un soporte atractivo para el medio chileno. “Representa pasión por descubrir música, por sentarte a escuchar un disco completo. Los jóvenes son los que más lo piden”, acota.
Como una de las primeras medidas, compró todo el stock que los sellos multinacionales en el país -Sony, Universal, EMI, Warner- ya no deseaban y que incluso muchas veces estaban dispuestos a botar. “Como soy un chiflado por el tema, no estaba dispuesto a que esa música desapareciera. Los sellos cerraron sus departamentos comerciales y no les interesaba un montón de material que no tenían dónde dejar. Se los compré”.
El siguiente paso fue asociarse con esos mismos sellos de capa caída y empezar a importar discos desde el extranjero. Las disqueras compraban los álbumes, se lo vendían a Santos y él a su vez lo comercializaba entre las tiendas de todo Chile. Hoy abastece a cerca de 250 negocios del país.
Entre sus aciertos está haber importado los vinilos de los grandes clásicos del rock argentino, de Soda Stereo a Charly García, los que por lejos figuran en la actualidad entre los más vendidos de la escena nacional. En sus aposentos también figuran cientos de discos de Pink Floyd, The Beatles, The Rolling Stones o Talking Heads, los que le llegan en barco desde destinos como Inglaterra o Estados Unidos. Caminando en su depósito subterráneo, te topas con colecciones abundantes de David Bowie, Bob Dylan o de las instituciones insoslayables del jazz y la música brasileña.
Pero Santos anhelaba algo más: empezar a vender discos chilenos. De esa manera, también en asociación con casas disqueras, empezaron a fabricar en el extranjero vinilos de Los Jaivas, Los Prisioneros, Tiro de Gracia, Los Tetas y Makiza. En los años recientes, parte importante de la reedición en vinilo de ese material ha tenido su germen en los cuarteles generales de Santos.
A eso se sumó otro hito sustancial: a partir de 2015 se instaló en el país la primera máquina que fabrica vinilos, luego que tales fábricas cerraran a principios de los años 80. Se trata de la firma Selknam, que hace un tiempo ganó un financiamiento de Corfo para simplemente ser intermediario entre músicos locales que querían editar en vinilo y empresas foráneas que ofrecían el servicio. Pero, advirtiendo el interés, una compañía de Estados Unidos les ofreció derechamente venderles una máquina para que pudieran hacer lo mismo en Chile.
Aunque empezaron de forma muy incipiente, hoy han escalado como un actor importante de la industria. Ya cuentan con otras dos máquinas -adquiridas en Bolivia- y trabajan en conjunto con Punto Musical para distribuir sólo elepés de artistas chilenos. En el último tiempo han editado títulos de Manuel García, Joe Vasconcellos, Saiko, Nano Stern, Denise Rosenthal y Cecilia Echenique, pero el más llamativo ha sido una nueva edición de Corazones, de Los Prisioneros, en un vinilo completamente rojo. O sea, Corazones rojos. Salió a fines del año pasado y ha sido un éxito de ventas. Por cada trabajo local, fabrican entre 500 a mil ejemplares.
Diego Illi, ingeniero de sonido y gerente general de Selknam, cuenta que hace unos años todo el proceso de fabricación de un vinilo nacional -desde la concepción del diseño hasta su llegada a tiendas- podía demorar entre dos a tres meses. Sin embargo, hoy la demanda es mucho más alta y, por los tiempos de espera, puede llegar a tardar entre ocho y diez meses. “Tenemos una avalanacha de pedidos, por eso tuvimos que sumar otras dos máquinas. La idea es mantener el estándar y que suene excelente, por eso el trabajo es tan exhaustivo y cada vez le introducimos más mejoras. Estamos respondiendo a las necesidades del mercado, donde la gente está consumiendo muchos artistas chilenos”, asegura.
En efecto, cuando Santos revisa los discos que más le han solicitado las tiendas en 2021, los dos primeros son de Los Prisioneros. A priori, no es descabellado postular que los vinilos del trío son los más vendidos en el país, sumando todos los artistas, por sobre emblemas como The Beatles o Queen.
Pero más allá de nombres en particular, los dueños de locales reafirman en general la tesis de Santos e Illi en torno a un circuito en agitado crecimiento y ebullición, apuntalado por los dos años de crisis sanitaria. El mismo mapa de las disquerías ofrece un ejemplo elocuente: de 27 tiendas tanto físicas como virtuales que funcionaban a mediados de 2020, hoy el número se ha extendido a cerca de 40 sólo en la capital. Están las más reconocibles, como Sonar, Funtracks, Billboard, Respect, Al Toque Records, Kali Yuga Distro, Lugar sin límites, La Caverna, Vinilos por Mayor, Needle o las del persa Bío Bío -todas atendiendo desde un espacio presencial-, hasta otras que se han consagrado en el universo digital, como Vinilos Cult, Vinilo Garage, Vinilos de Alta Gama, S Vinilos, Llegando los Monos y Discos Vinilos Progresivos.
Martín Pávez, de Vinilos por mayor -funcionando tanto en web como en el Barrio Italia- es aún más entusiasta y fija en un 200% el aumento de ventas en su caso durante la pandemia. “La gente tuvo mayor interés en ver novedades vía web. Además, la gente que consume cultura, no podía salir a comprar nada”. Francisco Martínez, de Needle, cifra en un 50% la escalada de la compra de vinilos en su tienda: “Lo que más influyó fue la pandemia. Hizo que todas las cosas de mejorar la experiencia de estar en casa subieran mucho, entonces no fueron sólo los discos, sino también los tornamesas, los parlantes, accesorios”. Carlos Melo, de Respect, lo secunda: “Todo lo que se invertía en tocatas, en el encierro empezó a irse hacia los discos”.
Jaime Atenas es saxofonista del grupo Congreso y posee su tienda Vinilos Cult hace cerca de una década, lo que le da pie para un diagnóstico más amplio: el interés por el acetato ya venía en alza, por motivos románticos y de nostalgia, por lo que el confinamiento sólo vino a materializar la curva ascendente. “Antes nos juntábamos en algunas ferias a compartir y ahora lo vemos como algo que se hizo mucho más amplio y real”, califica.
Aún más tajante es Víctor Vega, de Sonar, quien asegura que en los últimos años las ventas se han mantenido y que incluso han bajado un poco, incluso tomando en cuenta el formato online, lo que en el caso de ellos no los ha hecho subir los montos.
Como fuere, el vinilo gira, se mueve, se discute y se disfruta como nunca antes. Héctor Santos lleva casi 60 años mirando esa figura e incluso se atreve a decir que no tiene artistas favoritos: para dedicarse a este rubro, te tiene que gustar todo. Lo que sí, hay algo en él que no merece discusiones: según apunta, la música es el más grande de los hobbies y de las pasiones. Flanqueado por miles de discos que esperan salir a las tiendas, en un reducto bajo tierra que pocos saben que existe, es difícil argumentar en sentido contrario.
Pablo Gutiérrez de Vinilo Garage también celebra las buenas cifras a nivel de ventas que se dieron durante los instantes más duros de la pandemia (“había más recursos para invertir en ocio”, complementa), aunque dice que la reapertura que se vive desde hace unos meses ha diversificado muchos más el negocio, por lo que algunas tiendas eventualmente pueden haber empezado a bajar sus volúmenes.